Saludo de Bienvenida
La flor inverosímil de las magnolias, tal vez. Los limones tratando de reverdecer al amparo de los recodos guarecidos. El delirio alto de la luz. Los camelios llenándonos la tierra de pétalos.
En medio nosotros. Nosotros que en el aliento tenemos el resuello que da el salvaje galopar de los caballos. Que en el espíritu llevamos cifrado el mensaje de la niebla. El alma atravesada siempre por el rio que unas veces nos hace adormecer y otras, desde la cima de las rocas, nos ensalza. Nosotros que en los ojos traemos el fulgor de quienes de antiguo transitan el norte enlucecido. En la búsqueda incesante del costurón de la frontera.
Verás, si te acercas, que los cálculos, aquí, están hechos en el mineral de la piedra- desde el monosílabo cardinal de “A Moura” a la filigrana requintada de “A Real”; en la última cifra de “A Pica” hasta la descomunal álgebra de Anamán -. Queda aún en los caminos el eco lejano de las danzas, el grito unísono de las eras, las ansias sonrojadas de la alborada febril, la nana envuelta en alalás de las fidalgas infancias. La lluvia se ofrece como un viejo sacrificio que a menudo reclaman los altares de la paciencia. Va el viento y vuelve, silbando, mientras hace el recuento de las sierras. El horizonte, detrás, declina abrasado para reclamar el regreso errabundo de las cachenas. Se le enciende el fuego a los heraldos de la memoria, entre el ladrido de los perros. Y en los campos se empieza a desplegar la ortografía blandísima de la hierba.
Ramón Alonso.